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Educar JUNTO a los chicos

Los jóvenes de hoy necesitan una transformación en la educación, pero las instituciones hacen caso omiso a una urgente necesidad.

“Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta” decía Paulo Freire, hace 25 años; pero también lo hacía Sócrates, intentando encontrar el saber oculto de las personas a través del diálogo, sin embargo, no sucede en las escuelas actualmente, a lo sumo algunos docentes que comprenden que el discurso escolar se dirige a un pibe que ya no existe más. Se ha escuchado por muchas partes que los jóvenes no tienen límites ni motivaciones, que nada les interesa, no leen, que están perdidos; que no asumen responsabilidades y no tienen objetivos concretos. Un ejemplo para refutar este discurso, es nada más y nada menos que quienes han tomado escuelas reclamando mejor educación, rechazando una reforma educativa que no los incluye y cosifica, hablando frente a cámaras con oratoria que unos cuántos políticos quisieran tener. Otro caso es internet, los adolescentes nunca han leído tanto desde la llegada de Google. Pasan horas leyendo frente a la pantalla, disipando cuanta duda se les ocurra, expresando lo que sienten, conversando con otros. Por lo tanto, ¿no será que no logramos adaptarnos a una generación que nos supera en dinamismo, compromiso e indagación? ¿Será que no podemos reconocer que ellos mismos reclaman otro tipo de educación? O ¿Hay otros intereses en juego?.

La escuela debería desandar antiguas formas, dejar atrás estereotipos, educar con, y no para los chicos, aceptar que de ellos también se puede aprender y a partir de allí generar interés, facilitándoles herramientas como conocimiento, empatía, sensibilidad y resiliencia para que puedan salir fortalecidos de las situaciones adversas con análisis y pensamiento crítico de las situaciones. Poder utilizar ejemplos de la cotidianeidad para aplicar teoría, debatir qué temas interesan más y cómo trabajarlos, hacer una escuela con el consenso no sólo de docentes y autoridades, sino también con los estudiantes.


¿Cuál es la finalidad de llenarlos de respuestas que ellos no han pedido? Más enriquecedor sería generar las dudas a partir de hechos históricos, como ante el caso de los “Próceres”, trabajando desde el amor, desde el cuestionamiento de qué movilizó a esas mujeres y hombres para hoy estar en los libros, sus pasiones, deseos, qué sentimientos pasaban por sus mentes. Pensarlos como lo que fueron, revolucionarios, y no simplemente ilustres. Así, tal vez, la historia no sonaría tan lejana ni inmaculada, comprender que han sido personas de carne y hueso que lucharon por convicciones e ideales, que sufrían, que lloraban y amaban y que no sólo los llamaba el “amor a la patria”.


Ahora, si éste reclamo se encuentra a la vista, si la necesidad de modificar la educación es imperante en el discurso de quienes “están en la cancha” ¿Por qué no ponerla en práctica? En la enseñanza de la Historia en primarios y secundarios se omite el conflicto, porque se sostiene que el niño no está en condiciones de comprenderlo. Sin embargo ellos viven inmersos en conflictos cotidianos, desde las relaciones de poder, como es ir a comprar, relacionarse con sus pares y adultos, así como también jóvenes que son maltratados y abusados. Quienes están a cargo de las políticas educativas, que la mayoría nunca pisaron un aula, están acompañados de un aparato político que no desea futuros adultos profesionales acostumbrados al conflicto, que analicen los hechos con pensamiento crítico, que reclamen ante injusticias y que cuestionen lo establecido. ¿Acaso quieren sujetos dóciles que puedan ser productivos para el sistema? Olvidan que además, son niños del presente y aún no esos adultos profesionales en quien depositaremos todas nuestras proyecciones y deseos inconclusos. Así también, se puede pensar la “identidad cultural” como técnica de homogeneizar a las personas y evitar las diferencias. Es decir que en vez de celebrarlas y convivir con la historia particular de cada individuo y comunidad, la escuela fogonea esa identidad inventada, de que todos pertenecemos y nos dirigimos a los mismos fines, pretendiendo una uniformidad inexistente, ignorando la heterogeneidad.


Cuál sería la finalidad de aprobar exámenes, si no se produjo un aprendizaje real, si el estudiante archivó esa información estudiada de memoria, pasivamente, luego de la nota numérica. ¿Qué se busca al adecuar a los alumnos a un plan de estudio? ¿Cuál es la finalidad de la escuela si no, enseñar? Amoldar, adaptar, encajar, estructurar, acoplar, engranar a los niños de la manera menos conflictiva posible a nuestra sociedad, de la forma más silenciosa, sin disputa, como partes de una máquina. De allí se entiende la intención de “despolitizar las aulas”, algo de lo cual ya se debería dar por cierto que es inevitable: ¿qué acto más político e ideológico existe que el estudiar? Se supone, erróneamente, que los sujetos están libres de ideología y esto se intenta replicar en la escuela, cuando de hecho, utilizamos nuestra ideología en todos los ámbitos de nuestras vidas, en todas las relaciones de poder, dentro y fuera de la institución educativa. ¿Por qué perturba a directivos las formaciones de centros de estudiantes? ¿Por qué es tan nociva la ideología? Los jóvenes buscan formas de expresar sus necesidades, piden a gritos otra forma de aprender.


Por último, pero no menos importante, son las dificultades que hay para implementar la ESI (Educación Sexual Integral), una ley que lleva 11 años, y aun así sólo lo aplica el docente que lo desea. Algo tan fundamental, trabajada desde jardín hasta el terciario resultaría en jóvenes libres, que puedan expresar la afectividad y la sexualidad, que analicen la organización de la vida institucional en relación al respeto por la diversidad y la equidad de género y sobre todo que respeten y hagan respetar sus derechos. Esto pareciera tampoco convenir, una persona libre en todos sus aspectos, no podría nunca ser dócil y moldeable.


Podríamos pensar a la escuela, gracias a Foucault, como una de las tecnologías que atraviesa al conjunto de relaciones sociales; una maquinaria que produce efectos de dominación a partir de un cierto tipo peculiar de estrategias y tácticas específicas convirtiéndose en actitudes, gestos, prácticas para producir efectos beneficiosos para el sistema capitalista. Quizás, ese es el objetivo de la educación.


Es fundamental mostrar que los logros en nuestra historia han sido productos de lucha y no de tanto consenso, que la respuesta ante las injusticias ha sido eso, el ejercicio de la duda y la repregunta, la rebelión. Para ella se necesita formación, actitud crítica, memoria y análisis de la historia. Un ejercicio constante desarmando caminos, aprendiendo y desaprendiendo en el transcurso, sin olvidar qué nos mueve, qué deseo nos impulsa. Para ello, las palabras de Galeano movilizan a quien aún está inmovilizado:

“La Utopía está en el horizonte

Camino dos pasos,

Ella se aleja dos pasos

Y el horizonte se corre

Diez pasos más allá.

¿Entonces para qué sirve la Utopía?

Para eso, sirve para caminar.”

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