top of page

#cambiemos, con los viejos no.


-¡Ay, menos mal que no fuiste! No me animaba a llamar a tu mamá por miedo a que me dijera que estabas allá, se puso fea la plaza.


Me limité a decirle que sí, que la sociedad estaba muy violenta. Reproduje esas cosas que se escuchan día a día, tan sólo para que su nivel de ansiedad y angustia terminara de bajar. Jamás subestimaría a mi abuela, tiene la capacidad de comprender y debatir todo aquello que se le presente, pero esta vez me sentía tan herida que la que no quería argumentar era yo.

En verdad, más que considerar que la cosa se había puesto fea o violenta, la percibía atractiva. No me causa gracia que lleguemos a esto, sin lugar a dudas preferiría mil y una veces que no sucediera. Pero ver la gente en la plaza me conmueve. Es esa mezcla entre tristeza y orgullo. Saber que pretendieron amedrentarnos, socavarnos, persuadirnos y, así y todo, no nos callamos. Cada uno a su manera, algunos en las marchas, otros (donde cobardemente me incluyo) desde casa, pero hablando con nuestros amigos, compañeros de estudio, trabajo, vecinos e HIJOS. Este último con mayúsculas, porque tengo la inmensa suerte de tener un hijo adolescente, que me sorprende y despierta con planteos fervientes. Detalle contextual: nacido en plena crisis 2002.

Pese al esfuerzo y la sistematicidad que han puesto en silenciarnos, seguimos hablando, debatiendo, consensuando. Porque, en determinados temas, coincidimos todos: “con los viejos no”. Todos, menos ellos. Que no buscaron debate, ni consenso, que apresuraron una ley especulando o transando con gobernadores, con llegar al quórum, con joder las jubilaciones y asignaciones. No nos olvidemos que no sólo se están metiendo con los viejos.

El pueblo comenzó a manifestarse, salió a la calle, se embanderó en causas ajenas, aquellas que nos competen a todos. Nos dimos cuenta que no somos Santiago, ni mapuches, tampoco docentes, ni discapacitados, no percibimos AUH, ni somos jubilados. No somos nada de eso, pero lentamente nos toca a todos, aun cuando la medida no nos llegue. Esta madrugada tocaron a los viejos y, en algún punto, nos tocaron a todos, no solamente porque nos perjudiquen a futuro, sino porque volvieron a meterse con aquello que no debería tocarse.

Con la bondad que la caracteriza, mi abuela se preocupaba por mí, más que por su propia situación. Es que el domingo tuve el desliz, durante el almuerzo familiar, de comentar que iba a ir a la marcha. La mirada tajante de mamá me hizo notar que decirlo delante de la abuela había sido un error. Se limitó a decir: “cada uno hace lo que considera que tiene que hacer” y, ahí nomás, se agotó la charla. Desde ese mismo instante, y hasta que recibió mi llamado, la abuela no se preocupó por hacer cuentas acerca de si perdía o ganaba con el 82% o con el compensatorio. Se preocupó por mí. Mi abuela, como tantas otras, es el reflejo de la sociedad en que vivimos. Trabajó por su familia limpiando casas, criando hijos sola, padeció violencia. Tuvo una vida, literalmente, de novela. Llegó a su edad jubilatoria con una relativa calma.

Ayer, en la calle, sentí que gente desconocida luchaba por sus derechos. Es la primera vez que me atrevo a tomar un concepto que fue slogan de campaña, ayer vi “la grieta”. No era entre kirchneristas y macristas, era entre el pueblo y el gobierno. Sí, este gobierno vino a unirnos, nos unió en lo que NO somos, no somos ellos, somos una manifestación colateral, hoy somos voz, somos disconformidad. No había podido escribir al respecto, me sentía invadida por una suerte de desilusión o tristeza hasta que lo escuché en conferencia de prensa, casi una “cadena nacional”. Ahí el sentimiento transmutó en bronca. Tuvo el desparpajo de decir que su único fin era ayudarnos a crecer, que quería que se lo juzgue por reducir la pobreza, que su primera meta era la niñez y la segunda, los jubilados. ¿Hace falta, en ese mismo orden, hablar de medidas económicas, despidos, reformas laborales, previsionales y tributarias?

Lo imaginé en uno de sus retiros, junto al mejor equipo de los últimos cincuenta años, tomando decisiones sin saber siquiera de cuánto es la jubilación mínima, o desconociendo el importe de su propia factura de gas, calefaccionando alguna de sus millonarias propiedades. Lo escuché decir, dos o tres veces, la palabra magia. Lo escuché con ese tono cínico de quien miente con obscenidad descarada defendiendo lo indefendible, explicando lo inexplicable. Dentro de su pobre discurso coucheado y lleno de frases motivacionales, optó una vez más, tal como lo venimos escuchando desde hace algo más de dos años, por decir: “Si trabajamos juntos, producimos cambios maravillosos (…) El futuro se construye haciendo cosas distintas, mejores”.

Sin lugar a dudas, Mauri, nos hacía falta un cambio. En verdad necesitábamos cambiar: el silencio que pretendieron oprimiendo y reprimiendo por el ruido de las cacerolas. Cambiar el sillón de casa por las calles, por las plazas. Cambiar cobardía por empatía. Necesitábamos apropiarnos de la palabra y resignificarla. CAMBIEMOS, qué carga negativa tuvo un vocablo tan importante en este último tiempo. Si hay un momento que atesoro, es cuando mi abuela me dice a solas: “Yo te cuento, pero vos no me descubras”. De ese modo, sellamos un secreto eterno. Abuela… yo te cuento por acá, porque sé que no manejás las redes, entonces te evito la preocupación. Si hay otra marcha, ahí estaré, cuidando lo tuyo, como vos nos cuidaste siempre. Defendiendo a todos, evitando el atropello, lo que considero injusto o macabro. Porque eso fue lo que ustedes, nuestros abuelos, nos enseñaron, la forma en que nos criaron, y ahora, es tiempo de retribuir.

bottom of page