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De vigilancias virtuales y prisiones algorítmicas

“El control sólo funciona si uno es cómplice de él...

Aquel que necesita fanáticamente controlar,

pero que también es víctima del control

que lo domina y lo posee”

Mark Fisher(1)

Anon” (2018), película dirigida y guionada por Andrew Niccol, se sitúa en un mundo futuro donde la privacidad no existe, ya que todxs tienen acceso a los datos de lxs personas con sólo verlas, tampoco hay ignorancia ya que los recuerdos y acciones de lxs ciudadanxs son almacenados en el éter como registros en archivos de fácil acceso, capturados a través del “Ojo Mental”, un sistema de vigilancia y censura que todo lo ve, de este modo, prácticamente no hay crímenes ya que con sólo “rebobinar” el registro de lxs implicadxs, los casos se vuelven de fácil resolución.


El detective Owen detecta a alguien cuya identidad es anónimx, y a partir de allí el film muestra varios asesinatos con un común denominador: cada persona asesinadx tiene sus registros (recuerdos) hackeadxs. Anon es experta en eliminar momentos vergonzosos y/o ilegales que sus clientes no quieren que sean vistos; pero estxs mismxs clientes están siendo asesinadxs, por lo cual, ella se convierte en la primera sospechosa. Además de eliminar esos momentos, tiene la capacidad de editar recuerdos poniendo otra imagen en su lugar, e incluso modificar la percepción del mundo en tiempo real, como un extremo de la realidad aumentada sin necesidad de colocar ningún dispositivo.


Durante la película, el siguiente diálogo entre los policías captó mi atención: El anonimato pone en riesgo el sistema. La transparencia es indispensable, es necesaria una identidad continua, no podemos controlar lo que no vemos. El anonimato es el enemigo. Uno de los policías le responde: ¿Llevarse una vida no importa, pero que ella no tenga una, sí?


Si es lícito pensar que la Ciencia Ficción pone de manifiesto los temores y/o anhelos latentes en torno al futuro, podemos hipotetizar sobre varios temas de la película en relación a la tecnología y su implicancia en la vida cotidiana. ¿Cuál es el temor? La pérdida de la privacidad y vivir en sociedades de control.


El filósofo Eric Sadin, en su libro La Humanidad Aumentada. La administración digital del mundo, nos dice: “Poco a poco emerge una gubernamentabilidad algorítmica y no solamente aquella que permite a la acción política determinarse en función de una infinidad de estadísticas y de inferencias proyectivas, sino incluso aquella que a escondidas gobierna numerosas situaciones colectivas e individuales.”


Si Foucault definió a las sociedades disciplinarias, cuyo principal fin era moldear cuerpos dóciles para el trabajo por medio de la figura del panóptico, en esta nueva etapa, además, nos convertimos en dóciles consumidorxs y en objetos para ser consumidos. Hoy estamos frente a una sociedad de vigilancia digital, en donde somos nosotrxs mismxs quienes, creyéndonos libres, todo el tiempo nos exponemos, nos mostramos, entregamos nuestros datos, gustos de consumo, horarios, etc. Para Sadin, vamos hacia un testimonio completo de la vida, una explotación con dos finalidades: la primera definida en instaurar un nuevo estado del capitalismo, lo que él dio en llamar tecnoliberalismo, cuyo fin consiste en no dejar ningún lugar vacío de la existencia, es decir, se trata de lanzarse a la colonización integral de la vida. Lo mismo ocurre con los demás objetos conectados: detrás está la idea de una enorme potencia para penetrar en nuestros comportamientos y, mediante sistemas de inteligencia artificial, sugerir ofertas, bienes o servicios adaptados a cada perfil y a cada instante de la vida cotidiana. En donde el capitalismo encuentre un espacio vacío, sea éste un supermercado, un paseo en la costanera o una cena entre amigos, se introduce para sacar provecho de ello a través de los objetos conectados.


Sabemos que el futuro llegó hace rato, y querer regresar a tiempos pasados es inútil e ilusorio, entonces, quizás, sólo nos cabe preguntarnos, ¿cómo hacer frente a esta demanda de exposición que nos hace “existir” sólo si la gran máquina nos reconoce?


Nuestra antagonista (Anon) encuentra un modo de resistencia frente a esa situación, utilizando las mismas técnicas disponibles, administradas con otro fin: preservar esa privacidad que le niegan, recuperarla generando un algoritmo que en cuanto la reconoce en la nube, la elimina automáticamente sin dejar rastros de su identidad, ya que, a tono con Eric Sadin, perdemos autonomía, libertad de elección al estar sometidos a una vida digital algorítmica que escoge por nosotros. O al decir de Giorgio Agamben: “Detrás del dispositivo que parece reconocerme, ¿no hay también otros hombres que, en realidad, no quieren reconocerme, sino sólo controlarme y acusarme?"(2)


Que este rol desplegado por un personaje femenino, sea visto como una amenaza y encuentre el modo de hackear el sistema, está a tono con la coyuntura actual y la potencia que ha cobrado el movimiento feminista. En su libro Xenofeminismo. Tecnologías de género y políticas de reproducción, Helen Hester profundiza la concepción sobre lo que denominaron desde el colectivo Laboria Cuboniks en su manifiesto del año 2015: El Tecnomaterialismo. Hester afirma que “las tecnologías no son benéficas per se, que tampoco son neutras, y que se ven constituidas y limitadas por las relaciones sociales”. Propone poner a la técnica dentro del campo de la disputa política, sosteniendo que las tecnologías son fenómenos sociales, mutuamente modificantes y “que pueden transformarse por medio de la lucha colectiva” en vez de resistirse a las innovaciones. “Es un proceso sujeto a luchas de control por parte de diferentes grupos, cuyos resultados se ven profundamente influenciados por la distribución de poder y recursos dentro de la sociedad”.


La autora considera a la tecnología como potencial emancipador desde una perspectiva de género. Pone como ejemplo el uso del Del-Em, dispositivo utilizado en los años ´70 por un grupos de mujeres, que succiona la pared endometrial con ayuda de una jeringa y una cánula flexible. El dispositivo puede emplearse tanto para la regulación menstrual, como para evitar embarazos tempranos.


En la actualidad, toma la práctica del bio hacking. Beatriz P. Preciado, en su libro Testo Yonqui registra la autoadministración de testosterona fuera de un protocolo médico-jurídico de cambio de sexo, de modo de escapar de la patologización (ya que para acceder a estos tratamientos es necesario ser diagnosticadx como disfóricx, es decir, como enfermx mental) y del control del Estado.


​Pensando un ejemplo local, las redes de mujeres que desde el acompañamiento, brindan información sobre el uso de misoprostol y contención, a aquellas personas gestantes que quieren practicarse un aborto y se encuentran con un Estado que no provee, desde los dispositivos medico-jurídicos, lo necesario para poder ejercer soberanía ​sobre su propio cuerpo sin correr serios riesgos.


Si las técnicas utilizadas son las mismas y lo que cambia es la forma de administrarlas y los fines que se proponen ¿Qué modo de vinculaciones, qué subjetividades serán necesarias, teniendo en cuenta que las tecnologías y las relaciones sociales son mutuamente modificantes, para que tales tecnologías resulten realmente emancipadoras y no un modo de control, precarización y cosificación?

 

1. Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? Ensayo Potencia reflexiva, "inmovilización" y comunismo liberal. Mark Fisher, Caja Negra Editora

2. Desnudez. Ensayo Privacidad sin Persona, Giorgio Agamben, Adriana Hidalgo Editora

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