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El Machismo MATA

El 21 de noviembre del 2017 se publicaron los resultados del relevamiento realizado sobre violencia machista, que toma el periodo que va desde el 1 de enero de 2017 al 17 de noviembre del mismo año. Los resultados, alarmantes, indican que cada 30 horas, en Argentina, muere una persona por violencia de género.


Intentando hacer una reflexión en torno a esta problemática, me siento en la necesidad de hacer una aclaración; voy a hablar de lo femenino y de lo masculino, sin hacer alusión a cuerpos de mujeres u hombres necesariamente, es decir, lo femenino, como construcción cultural, puede perfectamente alojarse en cuerpos de hombres, de mujeres, lesbianas, trans, homosexuales, o cualquier cuerpo feminizado.


Para la antropóloga Argentina Rita Segato, la violencia de género, es consecuencia del patriarcado, a modo de reafirmación de la masculinidad y como toma de posesión de lo femenino. Es un método de disciplinamiento para cumplir un mandato: Ser, desde el rol aprendido de la masculinidad, y es un disciplinamiento moral a quien, por algún comportamiento, está violando dicha ley patriarcal. Este sería, según esta autora, la finalidad de estas violencias, y no el hecho violento en sí mismo. Luego de haber realizado una profunda investigación con presos por crimen de violación en la Penitenciaría de Brasilia, la autora concluye que el violador es el hijo más sano del patriarcado, con una fuerte moral que intenta sostener, aún si para eso debe llegar a la instancia de dañar a un otro para moralizarlo.


Pensemos, por ejemplo, ¿porqué un hombre le grita algo soez a una mujer por la calle? La intencionalidad de esta práctica, con la cual muchas mujeres crecimos percibiendo como normal, no tiene que ver con querer decirle algo a una mujer, en verdad ese discurso está dirigido a sus pares, mostrándole a los otros hombres, cuán macho es: el objetivo no es cortejar a la mujer, sino reafirmar esa masculinidad tan necesaria que lo posiciona como ser en el mundo, en un diálogo inconsciente con un otro (ese otro es su modelo de masculinidad). Pensemos en la cancha: Los cantos de una hinchada a otra, en relación a “lo putos” que son los de la hinchada adversaria, y “cómo los van a coger” expresan la intención de “medir quien la tiene más larga”. Hay un terror de lo masculino ante la posibilidad de pérdida de la masculinidad, principalmente ante sus pares.


Este estereotipo masculino, ha instado por siglos al hombre a ser fuerte, proveedor, potente. Uno de los territorios por excelencia donde demostrar todos estos atributos para el hombre, ha sido el ámbito laboral. Tener un buen sueldo, un auto caro, etc. El trabajo, las formas de producción, moldean una forma de ser y estar en el mundo, modos de pensar, sentir y hacer. Como tal no pasa desapercibido en la constitución de subjetividades, sino que es central, ya que moldea un modo de vincularse con los otros. El hecho de que con el advenimiento de la modernidad la calidad y cantidad de puestos de trabajo se vea reducida y precarizada, donde la distribución de la riqueza es cada vez más desigual y donde los pequeños grupos que la concentran son cada vez más pequeños, hace que nos preguntemos ¿Cómo afecta esto al hombre como estereotipo del ser superior, fuerte y proveedor, que no encuentra ese espacio, antes hegemónico, ni la posibilidad de masculinizarse a través de él? También esta precarización dificulta a las mujeres que conviven en situación de violencia, el poder salir de esa casa como primer paso. Por eso, si bien la violencia de género atraviesa todas las clases sociales, es más difícil para quienes se encuentran por debajo de la línea de pobreza, tener además de los recursos simbólicos para poder pensar esa situación, los recursos materiales para empezar a salir de ella. En resumen, la precarización de la vida y por ende de las subjetividades, es central en esta problemática. (Ver nota Amar en tiempos de Macri)


Durante mucho tiempo cuando la mujer recibía una cachetada del marido, era tomado con naturalidad, en general era un tema que no salía del orden de lo privado, y en la mayoría de los casos cuando estas mujeres lo comentaban a algún allegado, las respuestas eran que “quizás ella lo había provocado”, que se “aguante, que es algo común”, que “tiene derecho por ser el esposo”, o en palabras de Mirtha Legrand “¿Y vos qué hacías para que te pegue?” Desde esos lugares es que aún hoy, como sociedad somos cómplices de dichas violencias por naturalizar una práctica abusiva, como lo es el sometimiento de unos cuerpos sobre otros, ya sea de manera física o psicológica. Cuando en los medios de comunicación se sigue criminalizando a la víctima por las características de la ropa que llevaba puesta cuando salió, si le gustaba ir a boliches, si estaba sola (recordemos que para muchos medios estar sola, es sin la compañía de un hombre, aunque esté con 10 amigas): La mujer siempre tiene que probar su moralidad. Pensemos que ocurre, por caso, con el cuerpo de la mujer: Cuando está desnuda en la TV y se muestra como significante objeto es aceptado y resulta natural. Cuando en una manifestación se muestra desnuda protestando, la furia de hombres y mujeres aflora. Son este tipo de prácticas y discursos que nos convierten como sociedad en cómplices de lo que Fernando Ulloa, psicoanalista Argentino, definía como cultura de la crueldad, este autor sostiene que para que la crueldad se lleve a cabo, debe existir siempre un dispositivo sociocultural que la encubra.


Luego de un arduo trabajo de concientización hoy pudimos ver que eso no es normal, que no corresponde, que la violencia no pertenece al orden del mundo privado sino que es un fenómeno social donde a través del cuerpo de la mujer se emite un mensaje, una problemática donde los lazos sociales se ven resquebrajados por una coyuntura que va desde lo social y cultural a lo político y económico. Como podemos ver, la problemática de la violencia de género no es para nada sencilla de deconstruir y todavía queda un largo camino por andar, pero creo que cada unx, desde su lugar, puede todos los días colaborar para no permitir la crueldad, juntándose con otrxs a pensar estrategias para desarmar los discursos que apuntan a criminalizar a la víctima, teniendo una mirada reflexiva sobre unx mismx que no está librado de los estereotipos con los que fuimos criadxs, estando atentxs a cuando vemos las injusticias actuando en el día a día, siendo empáticxs; porque como dice el querido escritor Uruguayo Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”

Para quien le interese profundizar, la bibliografía que utilicé es:

  • Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los Derechos Humanos, Rita Segato

  • Novela clínica psicoanalítica: Historial de una práctica, Fernando Ulloa

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